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Otrora el presidente de la SBYOPE, mi identidad actual es efímera y difícil de definir, inclusive para mí. He sido cegado por mi sed de sabiduría, y ahora pago por el soberbio deseo de tener el control absoluto del cuerpo humano.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Año 2021. Registros del 25 y 26 de Octubre

Supremio Magisterio de Biotecnología
Sección de Biotecnología y Operaciones Especiales (SBYOPE)

25 de Octubre.
01:05 hrs.
    Hoy he confirmado una de las sospechas que me había planteado acerca de Belcebú. Tomé diez muestras de su aparente piel y las observé al microscopio. Lo único que vi fue la misma superficie lisa y dura, llena de arterias y venas, sin células vivas. Es tal y como lo pensé: lo que veo de mi creación no es más que una crisálida, más magnífica y compleja que cualquiera que existe en la naturaleza. Belcebú se nutre, evoluciona, duerme e incluso sueña dentro de esta estructura.
    Proyecté un haz de luz a través de la crisálida, pero la cubierta es demasiado gruesa. No puedo ver absolutamente nada, pero sé que Belcebú yace ahí. Mide 102 cm de largo, y los tentáculos ya no son visibles puesto que al parecer se retrayeron dentro de la crisálida. Sin embargo, el latido... ese maravilloso latido, tan fuerte y pulsátil que si toco las paredes de la cámara de criogestación puedo sentir el vidrio temblar, puedo incluso ver cómo los cables conectados a mi creación se balancean ligeramente debido a la fuerza de ese latido. Y también puedo escucharlo. Es un tum constante. Tum, tum... tum, tum...
    Los registros electroencefalográficos me permiten ver que hay una intensa actividad cerebral dentro de la crisálida. He visto ondas más complejas de las que cualquier otro ser vivo emite, después del ser humano claro. Y no sé por qué... me es difícil describirlo... pero creo que Belcebú sueña conmigo. Sabe quién está fuera de su lecho. Sabe quién es su creador. Y me ve. Cada vez que permanezco cerca de él (o ella, la verdad aún no sé), siento esa presencia que uno percibe cuando alguien se acerca en silencio por detrás. Aunque no puedas ver a esa persona que se ha acercado, puedes percibir su presencia. Sabes que está ahí, incluso sabes a qué distancia tienes que alargar la mano para poder tocarla. Pues sé que lo mismo pasa con Belcebú. Casi puedo verme a mí mismo dentro de esa crisálida, con un ojo aún en formación, capaz de percibir de alguna forma el mundo exterior, recibiendo la imagen borrosa de una silueta humana, sentada tranquilamente y sin mover un músculo, absorto solamente en un rítmico latir. Tum, tum... tum, tum...
    Hace media hora me entró la curiosidad, y probé un experimento en mi creación. Reproduje música de Mozart, Beethoven, Chopin y Tchaikovsky... esas melodías que ahora son el único vínculo que tengo con la sociedad... al menos con una sociedad mucho más estable y pensante que la actual. Tomé una taza de café expreso, más cargada de lo habitual (llevo ya catorce días sin dormir más de una hora), y contemplé a Belcebú. Lo que pasó a continuación fue fascinante...
    La crisálida se movió. Se tambaleó a un lado ligeramente, como si su contenido hubiera extendido una extremidad. Pude incluso ver cómo protruía algo de la cara inferior de la crisálida. Su ritmo cardíaco se intensificó. Los cables oscilaron más y más, hasta que era evidente que la crisálida se mecía una y otra vez. Escuché ruidos. Uno de los cables que están conectados a Belcebú sirve como estetoscopio, pero no lo he usado mucho porque los latidos son tan fuertes que no lo he necesitado. Pero puse sus registros en el altavoz... y escuché el cuerpo de Belcebú moviéndose lentamente, inmerso en un medio líquido.
    Sí, Belcebú. Disfruta de esta música, porque ya no es creada en esta época en la que tuviste la desgracia de nacer. Disfruta de su armonía y los sentimientos que sus autores deseaban transmitir en ella... es la única verdadera música que existe. Estoy TAN FELIZ. Mi aspecto demacrado y cansado no me importa. Mi piel se ve ceniza y enfermiza. Tengo los ojos enrojecidos y hundidos, surcados por densas ojeras, con los párpados caídos debido al cansancio. Ya ni siquiera puedo erguirme por completo. Casi no he hablado en los últimos días. Me he limitado a observar a Belcebú, mi día es Belcebú, mi vida es Belcebú. Y cada vez es más fuerte, cada vez tiene más vida...
    ¿Pero qué pasa? Justo mientras escribo estas últimas palabras del día, se han asomado los tentáculos de mi creación una vez más. Son larguísimos, de al menos metro y medio de largo, y dan vueltas por toda la cámara, palpando, percibiendo... buscando. ¿Qué es lo que deseas, Belcebú? ¿Qué es lo que buscas?
    Pero lo único que recibo por respuesta es el único sonido que mi creación puede emitir. Tum, tum... tum, tum...tum, tum...


26 de Octubre
3:25 hrs
   No puedo creer lo que he hecho. Aún estoy casi convencido de que todo fue una pesadilla. Nunca me había sentido tan aterrorizado e impresionado... y sin embargo puedo sentir la adrenalina recorrer todo mi organismo, excitándolo, poniéndolo en alerta. Lo único que podía hacer para tranquilizarme era escribir estas palabras y describir lo que he vivivo hoy. Después estoy seguro que lo leeré una y otra vez, sin aún creer que haya hecho algo así. ¡Por Dios! ¡Qué me pasa! Es como si me hubiera convertido en una persona totalmente diferente. O peor aún... es como si el último vestigio de humanidad que poseía me hubiera abandonado, dejando atrás una cáscara sin alma, pero aún con todas sus funciones vitales. Soy un monstruo. No puedo ser humano. Un humano no hubiera hecho algo así.
   Ayer terminé mi registro mientras Belcebú palpitaba dentro de su cámara, como llamándome a que hiciera algo por él (o ella.) Lo observé fascinado, mientras sus extraños tentáculos buscaban alrededor una y otra vez, como si olfatearan en busca de algo. Su latido se hizo más insistente. Incluso se movió otra vez, de una forma que me denotó su inquietud.
   Tenía hambre. Belcebú estaba hambriento, sumamente hambriento. Casi podía escuchar sus súplicas... Dame de comer... necesito comer... dame carne...
   Fui al bioterio del 62o. nivel de la SBYOPE, (te recuerdo que soy el presidente de la Sección de Biotecnología y Operaciones Especiales, aunque eso parece otra vida ahora), y traje las tres ratas de prueba más grandes que pude encontrar. Apenas me atreví a abrir la compuerta estéril de la cámara de criogestación, lo suficiente para introducir a las ratas, y observé.
   No pasaron ni siquiera dos segundos cuando los tentáculos alcanzaron a las ratas, las envolvieron y, aún vivas y chillando de dolor, las inyectaron con unos aguijones que salieron de sus puntas que no había visto hasta la fecha. Empezaron a succionar rápidamente y ahí, en menos de 7 segundos, las ratas se convirtieron en unos colgajos de piel y pelos blancos. Pero Belcebú continuó latiendo, cada vez más rápido, cada vez con más intensidad.
   Fui por otras tres ratas, y la escena se repitió. Bajé de nuevo por cuatro ratas, y nuevamente fueron consumidas en segundos. Juraría que con cada rata que introducía, Belcebú se tornaba más hambriento. Y sucedió  lo que ya empezaba a temer: se terminaron las ratas, y Belcebú seguía pidiendo más comida.
   Todo esto empezó a las 10 p.m. aproximadamente. A las 00:00 hrs del día de hoy, yo yacía de pie admirando a mi creación, que se hacía cada vez más fuerte. Permanecimos así los dos, en absoluto silencio, seguramente mirándonos mutuamente. El latir tan poderoso de Belcebú me hipnotizó. Dame carne... quiero carne...
   Salí de mi oficina, con una mezcla de angustia e intriga. ¿Qué podía hacer? No podía arriesgarme a nada. Ya había llegado hasta aquí. Si Belcebú deseaba carne, la tendría. No podía permitirme que se desnutriera y muriera. Mis pasos me llevaron por las escaleras, sin siquiera pensar a dónde iba. Todo estaba en absoluto silencio. Somos pocos los que permanecemos en la SBYOPE las 24 hrs del día, es decir, los que no tenemos familia o amigos con quienes gastar nuestra vida social. Pero esta madrugada no vi absolutamente a nadie, ni siquiera a los nuevos ingresados que usualmente se quedan hasta tarde arreglando los últimos archivos y experimentos del día siguiente.
   Lo único que le daba vida a la SBYOPE eran las lámparas azul neón que rocían los pasillos con sus destellos espectrales. Detuve mi rumbo por las escaleras en un nivel aleatorio, ni siquiera sé cuál, y empecé a caminar por el pasillo. Así continué por un tiempo indefinido hasta que escuché mi salvación. Pasos.
   -Dr. Icetalon- saludó una voz juvenil desde el fondo del pasillo.
   A través de la luz azul logré visualizar la silueta de una jovencita a la que apenas conocía. Era candidata para ser mi secretaria particular, y por lo visto era inteligente, dedicada y responsable.
   -Buenas noches...em...- dudé al saludar.
   -Nadia, doctor- me ayudó ella, acercándose prudentemente hacia mí con una sonrisa. -¿Hay algo en que le pueda ayudar?-
   Las ideas empezaron a circular por mi cabeza. Me sorprendí de que Nadia no pudiera escuchar los engranes de mi cabeza elaborando un plan, un pretexto, alguna forma de...
   -Estoy trabajando en un proyecto muy especial, Nadia- le dije.
   -¡Qué bien, doctor!- me dijo ella. -Debe ser ultra secreto, así que no voy a insistir en...-
   -Me gustaría que formaras parte en él.-
   La sonrisa y emoción de la muchacha no pudieron haber sido más evidentes. Qué bonita era. No quedaban muchas muchachas bonitas en la SBYOPE, al menos no delgadas y con curvas definidas como Nadia. No era tan delgada como las modelos de estos tiempos. Tenía buenas proporciones pero era de complexión media. ¿Acaso estaba midiendo su grosor, su altura y ancho? ¿Acaso no revisé detenidamente sus piernas, desde los tobillos hasta el muslo que se ocultaba en su falda, de una manera que no era para nada parecida a la lujuria? No. La estaba midiendo.
   -Pero doctor, no soy más que una novata- dijo ella, con un rubor juvenil en las mejillas.
   -He leído tu expediente, y has llegado hasta aquí con excelentes recomendaciones- le mentí. Creo que los papeles yacían polvorientos sobre mi escritorio.
   -Bueno d-doctor- balbuceó ella,- ¿en qué puedo servirle?-
   -Acompáñame- le dije. -Tengo que mostrarte algo.-
   Sin permitirle contestar, me di la vuelta y regresé por el mismo camino que había tomado. Caminé a zancadas, escuchando las zapatillas de Nadia acelerándose frenéticamente detrás de mí. No puedo creer que no notara mi acelerada y ruidosa respiración, que no notara cómo me sudaban las manos. Que no notara otras sensaciones de excitación en mi cuerpo que no me es prudente mencionar aquí. Pero la muchaca simplemente me siguió sin cuestionarme. De vez en cuando volteaba para asegurarme que no se quedara muy atrás. Su mirada era la misma que he visto en tantos otros: admiración. Una mirada embobada que me daban aquellos que me admiraban por mis logros. Una mirada que me daba náuseas.
   Llegamos hasta mi oficina. Cuando la puerta se deslizó con su usual sonido metálico, me detuve en el umbral por un momento para apoyarme en la pared. Mi respiración era cada vez más pesada, y el sudor cubría por completo mi frente.
   -Doctor, ¿se siente usted bien?- me preguntó Nadia. Cuando colocó una de sus delicadas manos sobre mi espalda, di un respingo que casi la hizo gritar.
   -Estoy bien, gracias- respondí con pesantez. -Es sólo que... he tenido mucho trabajo. Pero me ayudarás, ¿verdad?-
   -En lo que sea, doctor- respondió ella dulcemente.
   Sentí náuseas originadas por la culpa, un nudo en la garganta que casi me hizo vomitar o llorar, quién sabe cuál de las dos. Avancé lentamente hasta entrar a mi oficina, a la luz de la luna menguante filtrándose a través a esa venta panorámica que tanto me gusta. Mi hermoso acuario, que afortunadamente cuenta con un filtro láser automático que realiza limpiezas diarias, seguía tan impecable como cuando lo instalé.
   -Entra, Nadia- indiqué a la muchacha.
   Ella obedeció, y la puerta se selló detrás de ella. Dio otra de sus miradas de admiración a mi oficina entera, deteniéndose en el acuario.
   -¿Son tiburones tigre?- me preguntó con una sonrisa.
   -Albinos- respondí secamente. Me dirigí al enorme estante que hacía las veces de puerta secreta, y accioné el interruptor.
   La entrada a mi laboratorio se hizo visible, ante la mirada atónita de la muchacha.
   -Sígueme-dije, con una voz que no sonaba para nada como la mía.
   Nadia me siguió por la escalera de 38 escalones que conducía a mi laboratorio subterráneo. Ahí, justo frente a ella en el centro de la escena, estaba Belcebú tal y como lo dejé.
   -¿Qué es eso?- preguntó Nadia.
   -Sería muy complicado contártelo todo ahora- le respondí. -Pero en términos coloquiales y concisos, estás viendo al ser perfecto.-
   -¿Una nueva especie? ¿Usted sí tiene permitido experimentar con especies?-
   -Por supuesto. Puedo hacer lo que yo quiera. Y he logrado algo que nadie nunca antes ha hecho.-
   Le expliqué en cinco minutos lo que había logrado. Nadia se quedó perpleja, atónita... no sé cómo describirlo. Volteaba una y otra vez hacia Belcebú, sin creer que ahí estaba.
   -Y lo mejor es que, incluso ahora que está en etapa embrionaria, he logrado domesticarlo- continué.
   -¿Domesticar un embrión?- me preguntó la muchacha.
   -Puedes acariciarlo si quieres- le dije. -Sólo esterilízate antes. No puedo arriesgarme a que se contamine antes de que nazca.-
   -Usted... ¿quiere que lo toque?-
   -He observado que Belcebú tiene afinidad por el sexo femenino. Debe ser alguna influencia feromonal, aún no lo sé con precisión. ¿Ves ese electroencefalograma? Registra sus ondas cerebrales y cuando está en contacto con una mujer, su mente se relaja. Quién sabe, quizás es un anhelo por tener una madre, ya que sólo me tiene a mí. De todos modos, verás cómo reacciona con tu tacto. Sólo sé gentil, ¿está bien?-
   Nadia obedeció. Era todo demasiado fácil, incluso estaba pasando demasiado rápido. La observé esterilizarse debida y cuidadosamente en la cámara de esterilización. Volteó a ver a Belcebú una vez más, y luego me vio a mí. Asintió con su bella cabeza, sonriendo de oreja a oreja, dándome a entender que estaba lista. No logré devolverle la sonrisa, y abrí la cámara por completo.
   Me congelé mientras observaba la escena. Nadia entró lentamente, un pie primero y luego el otro, hasta quedar a centímetros de Belcebú. Estiró una mano dudosamente. La crisálida palpitaba rápidamente, como si le hubiera inyectado adrenalina. Me senté en la única silla del laboratorio y hundí mis uñas en mis rodillas para soportar la presión. Mi rostro estaba bañado en sudor. Mantuve la respiración, como si el aire ya no existiera... y esperé.
   Nadia tocó a Belcebú.
   Al instante, Belcebú reaccionó.
   Los cuatro tentáculos salieron tan rápidamente que ni siquiera le dieron tiempo a Nadia de retroceder, pero sí de gritar. Lanzó un grito desgarrador, lleno de terror. Un tentáculo le envolvió las dos piernas, apretándolas una contra la otra con tanta fuerza que se hundió en su tierna carne. Otro le envolvió un brazo y lo inmovilizó contra la pared de la crisálida. Otro le envolvió varias veces la cintura, y el último el cuello. Parecía que Belcebú buscaba la respiración de Nadia, y al notar cómo su pecho se contraía espasmódicamente una y otra vez, empezó a estrangularla lentamente.
   -Doc-doctor... a-ayúdeme- alcanzó a decir entre respiraciones penosas. Las lágrimas provocaron que el rímel que llevaba le recorriera el rostro, surcando sus pálidas mejillas. En vano intentaba zafarse de Belcebú con su mano libre. Perdió rápidamente sus fuerzas, hasta que lo único que se movía en ella era su pecho, que cada vez respiraba con más lentitud.
   -Doctor... por qué...-
   Logró voltearse y me miró con horror. No pude responder. Tenía ganas de vomitar. Porque sabía lo que seguiría a continuación.
   Los cuatro aguijones emergieron de la carne palpitante de Belcebú, y se introdujeron en Nadia, quien lanzó un último grito ahogado. Su bella silueta se fue distorsionando rápidamente frente a mis ojos, de la misma forma que un globo pierde su forma al desinflarse. Sus ojos se perdieron dentro de sus cuencas, absorbidos por aquellas estructuras monstruosas. La lengua se le enrolló hacia atrás, e igualmente desapareció. Las mejillas fueron succionadas hacia dentro, dándole un aspecto demacrado y débil. Sus brazos y piernas adelgazaron hasta quedar en huesos, y luego los mismos huesos desaparecieron con unos horribles crujidos, parecidos a los de los tablones de madera al ser introducidos a una trituradora. Finalmente, sólo una capa de piel tersa y arrugada, además de sus ropas, quedó de ella. Los tentáculos retornaron lentamente a la crisálida, como si degustaran de los últimos vestigios de la muchacha.
   Permanecí ahí, completamente inmóvil, por lo que parecieron horas. Temblaba de pies a cabeza. Mis ojos parecía que fueran a salirse de sus cuencas. Mis rodillas sangraban debido a las heridas que yo mismo me había hecho con las uñas. Pero nada de eso se comparaba con lo que sentía en mi interior.
   Aún no dejo de temblar. Aún no puedo creer lo que he hecho. Ya no me siento humano. Creo que me parezco cada día más a Belcebú. No, tampoco debo exagerar. Necesito tranquilizarme. Belcebú es mi creación, no nací yo de él. Lo único que hice fue alimentarlo. ¿Será posible que tiemblo no del miedo... sino de emoción?
   Sí, creo que empiezo a recobrar la emoción de mi proyecto. Belcebú mide 189 cm de largo y es enorme. Cuando terminó de consumir a Nadia, su crisálida se tornó más carmesí y brillante que nunca. Puedo escuchar los sonidos de su cuerpo moverse agitadamente en su medio líquido.
   Belcebú está a punto de nacer. Y yo permaneceré aquí, listo para cuando el momento de su eclosión llegue. Tum, tum... tum, tum... tum, tum...

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