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Otrora el presidente de la SBYOPE, mi identidad actual es efímera y difícil de definir, inclusive para mí. He sido cegado por mi sed de sabiduría, y ahora pago por el soberbio deseo de tener el control absoluto del cuerpo humano.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Año 2021. Registros del 25 y 26 de Octubre

Supremio Magisterio de Biotecnología
Sección de Biotecnología y Operaciones Especiales (SBYOPE)

25 de Octubre.
01:05 hrs.
    Hoy he confirmado una de las sospechas que me había planteado acerca de Belcebú. Tomé diez muestras de su aparente piel y las observé al microscopio. Lo único que vi fue la misma superficie lisa y dura, llena de arterias y venas, sin células vivas. Es tal y como lo pensé: lo que veo de mi creación no es más que una crisálida, más magnífica y compleja que cualquiera que existe en la naturaleza. Belcebú se nutre, evoluciona, duerme e incluso sueña dentro de esta estructura.
    Proyecté un haz de luz a través de la crisálida, pero la cubierta es demasiado gruesa. No puedo ver absolutamente nada, pero sé que Belcebú yace ahí. Mide 102 cm de largo, y los tentáculos ya no son visibles puesto que al parecer se retrayeron dentro de la crisálida. Sin embargo, el latido... ese maravilloso latido, tan fuerte y pulsátil que si toco las paredes de la cámara de criogestación puedo sentir el vidrio temblar, puedo incluso ver cómo los cables conectados a mi creación se balancean ligeramente debido a la fuerza de ese latido. Y también puedo escucharlo. Es un tum constante. Tum, tum... tum, tum...
    Los registros electroencefalográficos me permiten ver que hay una intensa actividad cerebral dentro de la crisálida. He visto ondas más complejas de las que cualquier otro ser vivo emite, después del ser humano claro. Y no sé por qué... me es difícil describirlo... pero creo que Belcebú sueña conmigo. Sabe quién está fuera de su lecho. Sabe quién es su creador. Y me ve. Cada vez que permanezco cerca de él (o ella, la verdad aún no sé), siento esa presencia que uno percibe cuando alguien se acerca en silencio por detrás. Aunque no puedas ver a esa persona que se ha acercado, puedes percibir su presencia. Sabes que está ahí, incluso sabes a qué distancia tienes que alargar la mano para poder tocarla. Pues sé que lo mismo pasa con Belcebú. Casi puedo verme a mí mismo dentro de esa crisálida, con un ojo aún en formación, capaz de percibir de alguna forma el mundo exterior, recibiendo la imagen borrosa de una silueta humana, sentada tranquilamente y sin mover un músculo, absorto solamente en un rítmico latir. Tum, tum... tum, tum...
    Hace media hora me entró la curiosidad, y probé un experimento en mi creación. Reproduje música de Mozart, Beethoven, Chopin y Tchaikovsky... esas melodías que ahora son el único vínculo que tengo con la sociedad... al menos con una sociedad mucho más estable y pensante que la actual. Tomé una taza de café expreso, más cargada de lo habitual (llevo ya catorce días sin dormir más de una hora), y contemplé a Belcebú. Lo que pasó a continuación fue fascinante...
    La crisálida se movió. Se tambaleó a un lado ligeramente, como si su contenido hubiera extendido una extremidad. Pude incluso ver cómo protruía algo de la cara inferior de la crisálida. Su ritmo cardíaco se intensificó. Los cables oscilaron más y más, hasta que era evidente que la crisálida se mecía una y otra vez. Escuché ruidos. Uno de los cables que están conectados a Belcebú sirve como estetoscopio, pero no lo he usado mucho porque los latidos son tan fuertes que no lo he necesitado. Pero puse sus registros en el altavoz... y escuché el cuerpo de Belcebú moviéndose lentamente, inmerso en un medio líquido.
    Sí, Belcebú. Disfruta de esta música, porque ya no es creada en esta época en la que tuviste la desgracia de nacer. Disfruta de su armonía y los sentimientos que sus autores deseaban transmitir en ella... es la única verdadera música que existe. Estoy TAN FELIZ. Mi aspecto demacrado y cansado no me importa. Mi piel se ve ceniza y enfermiza. Tengo los ojos enrojecidos y hundidos, surcados por densas ojeras, con los párpados caídos debido al cansancio. Ya ni siquiera puedo erguirme por completo. Casi no he hablado en los últimos días. Me he limitado a observar a Belcebú, mi día es Belcebú, mi vida es Belcebú. Y cada vez es más fuerte, cada vez tiene más vida...
    ¿Pero qué pasa? Justo mientras escribo estas últimas palabras del día, se han asomado los tentáculos de mi creación una vez más. Son larguísimos, de al menos metro y medio de largo, y dan vueltas por toda la cámara, palpando, percibiendo... buscando. ¿Qué es lo que deseas, Belcebú? ¿Qué es lo que buscas?
    Pero lo único que recibo por respuesta es el único sonido que mi creación puede emitir. Tum, tum... tum, tum...tum, tum...


26 de Octubre
3:25 hrs
   No puedo creer lo que he hecho. Aún estoy casi convencido de que todo fue una pesadilla. Nunca me había sentido tan aterrorizado e impresionado... y sin embargo puedo sentir la adrenalina recorrer todo mi organismo, excitándolo, poniéndolo en alerta. Lo único que podía hacer para tranquilizarme era escribir estas palabras y describir lo que he vivivo hoy. Después estoy seguro que lo leeré una y otra vez, sin aún creer que haya hecho algo así. ¡Por Dios! ¡Qué me pasa! Es como si me hubiera convertido en una persona totalmente diferente. O peor aún... es como si el último vestigio de humanidad que poseía me hubiera abandonado, dejando atrás una cáscara sin alma, pero aún con todas sus funciones vitales. Soy un monstruo. No puedo ser humano. Un humano no hubiera hecho algo así.
   Ayer terminé mi registro mientras Belcebú palpitaba dentro de su cámara, como llamándome a que hiciera algo por él (o ella.) Lo observé fascinado, mientras sus extraños tentáculos buscaban alrededor una y otra vez, como si olfatearan en busca de algo. Su latido se hizo más insistente. Incluso se movió otra vez, de una forma que me denotó su inquietud.
   Tenía hambre. Belcebú estaba hambriento, sumamente hambriento. Casi podía escuchar sus súplicas... Dame de comer... necesito comer... dame carne...
   Fui al bioterio del 62o. nivel de la SBYOPE, (te recuerdo que soy el presidente de la Sección de Biotecnología y Operaciones Especiales, aunque eso parece otra vida ahora), y traje las tres ratas de prueba más grandes que pude encontrar. Apenas me atreví a abrir la compuerta estéril de la cámara de criogestación, lo suficiente para introducir a las ratas, y observé.
   No pasaron ni siquiera dos segundos cuando los tentáculos alcanzaron a las ratas, las envolvieron y, aún vivas y chillando de dolor, las inyectaron con unos aguijones que salieron de sus puntas que no había visto hasta la fecha. Empezaron a succionar rápidamente y ahí, en menos de 7 segundos, las ratas se convirtieron en unos colgajos de piel y pelos blancos. Pero Belcebú continuó latiendo, cada vez más rápido, cada vez con más intensidad.
   Fui por otras tres ratas, y la escena se repitió. Bajé de nuevo por cuatro ratas, y nuevamente fueron consumidas en segundos. Juraría que con cada rata que introducía, Belcebú se tornaba más hambriento. Y sucedió  lo que ya empezaba a temer: se terminaron las ratas, y Belcebú seguía pidiendo más comida.
   Todo esto empezó a las 10 p.m. aproximadamente. A las 00:00 hrs del día de hoy, yo yacía de pie admirando a mi creación, que se hacía cada vez más fuerte. Permanecimos así los dos, en absoluto silencio, seguramente mirándonos mutuamente. El latir tan poderoso de Belcebú me hipnotizó. Dame carne... quiero carne...
   Salí de mi oficina, con una mezcla de angustia e intriga. ¿Qué podía hacer? No podía arriesgarme a nada. Ya había llegado hasta aquí. Si Belcebú deseaba carne, la tendría. No podía permitirme que se desnutriera y muriera. Mis pasos me llevaron por las escaleras, sin siquiera pensar a dónde iba. Todo estaba en absoluto silencio. Somos pocos los que permanecemos en la SBYOPE las 24 hrs del día, es decir, los que no tenemos familia o amigos con quienes gastar nuestra vida social. Pero esta madrugada no vi absolutamente a nadie, ni siquiera a los nuevos ingresados que usualmente se quedan hasta tarde arreglando los últimos archivos y experimentos del día siguiente.
   Lo único que le daba vida a la SBYOPE eran las lámparas azul neón que rocían los pasillos con sus destellos espectrales. Detuve mi rumbo por las escaleras en un nivel aleatorio, ni siquiera sé cuál, y empecé a caminar por el pasillo. Así continué por un tiempo indefinido hasta que escuché mi salvación. Pasos.
   -Dr. Icetalon- saludó una voz juvenil desde el fondo del pasillo.
   A través de la luz azul logré visualizar la silueta de una jovencita a la que apenas conocía. Era candidata para ser mi secretaria particular, y por lo visto era inteligente, dedicada y responsable.
   -Buenas noches...em...- dudé al saludar.
   -Nadia, doctor- me ayudó ella, acercándose prudentemente hacia mí con una sonrisa. -¿Hay algo en que le pueda ayudar?-
   Las ideas empezaron a circular por mi cabeza. Me sorprendí de que Nadia no pudiera escuchar los engranes de mi cabeza elaborando un plan, un pretexto, alguna forma de...
   -Estoy trabajando en un proyecto muy especial, Nadia- le dije.
   -¡Qué bien, doctor!- me dijo ella. -Debe ser ultra secreto, así que no voy a insistir en...-
   -Me gustaría que formaras parte en él.-
   La sonrisa y emoción de la muchacha no pudieron haber sido más evidentes. Qué bonita era. No quedaban muchas muchachas bonitas en la SBYOPE, al menos no delgadas y con curvas definidas como Nadia. No era tan delgada como las modelos de estos tiempos. Tenía buenas proporciones pero era de complexión media. ¿Acaso estaba midiendo su grosor, su altura y ancho? ¿Acaso no revisé detenidamente sus piernas, desde los tobillos hasta el muslo que se ocultaba en su falda, de una manera que no era para nada parecida a la lujuria? No. La estaba midiendo.
   -Pero doctor, no soy más que una novata- dijo ella, con un rubor juvenil en las mejillas.
   -He leído tu expediente, y has llegado hasta aquí con excelentes recomendaciones- le mentí. Creo que los papeles yacían polvorientos sobre mi escritorio.
   -Bueno d-doctor- balbuceó ella,- ¿en qué puedo servirle?-
   -Acompáñame- le dije. -Tengo que mostrarte algo.-
   Sin permitirle contestar, me di la vuelta y regresé por el mismo camino que había tomado. Caminé a zancadas, escuchando las zapatillas de Nadia acelerándose frenéticamente detrás de mí. No puedo creer que no notara mi acelerada y ruidosa respiración, que no notara cómo me sudaban las manos. Que no notara otras sensaciones de excitación en mi cuerpo que no me es prudente mencionar aquí. Pero la muchaca simplemente me siguió sin cuestionarme. De vez en cuando volteaba para asegurarme que no se quedara muy atrás. Su mirada era la misma que he visto en tantos otros: admiración. Una mirada embobada que me daban aquellos que me admiraban por mis logros. Una mirada que me daba náuseas.
   Llegamos hasta mi oficina. Cuando la puerta se deslizó con su usual sonido metálico, me detuve en el umbral por un momento para apoyarme en la pared. Mi respiración era cada vez más pesada, y el sudor cubría por completo mi frente.
   -Doctor, ¿se siente usted bien?- me preguntó Nadia. Cuando colocó una de sus delicadas manos sobre mi espalda, di un respingo que casi la hizo gritar.
   -Estoy bien, gracias- respondí con pesantez. -Es sólo que... he tenido mucho trabajo. Pero me ayudarás, ¿verdad?-
   -En lo que sea, doctor- respondió ella dulcemente.
   Sentí náuseas originadas por la culpa, un nudo en la garganta que casi me hizo vomitar o llorar, quién sabe cuál de las dos. Avancé lentamente hasta entrar a mi oficina, a la luz de la luna menguante filtrándose a través a esa venta panorámica que tanto me gusta. Mi hermoso acuario, que afortunadamente cuenta con un filtro láser automático que realiza limpiezas diarias, seguía tan impecable como cuando lo instalé.
   -Entra, Nadia- indiqué a la muchacha.
   Ella obedeció, y la puerta se selló detrás de ella. Dio otra de sus miradas de admiración a mi oficina entera, deteniéndose en el acuario.
   -¿Son tiburones tigre?- me preguntó con una sonrisa.
   -Albinos- respondí secamente. Me dirigí al enorme estante que hacía las veces de puerta secreta, y accioné el interruptor.
   La entrada a mi laboratorio se hizo visible, ante la mirada atónita de la muchacha.
   -Sígueme-dije, con una voz que no sonaba para nada como la mía.
   Nadia me siguió por la escalera de 38 escalones que conducía a mi laboratorio subterráneo. Ahí, justo frente a ella en el centro de la escena, estaba Belcebú tal y como lo dejé.
   -¿Qué es eso?- preguntó Nadia.
   -Sería muy complicado contártelo todo ahora- le respondí. -Pero en términos coloquiales y concisos, estás viendo al ser perfecto.-
   -¿Una nueva especie? ¿Usted sí tiene permitido experimentar con especies?-
   -Por supuesto. Puedo hacer lo que yo quiera. Y he logrado algo que nadie nunca antes ha hecho.-
   Le expliqué en cinco minutos lo que había logrado. Nadia se quedó perpleja, atónita... no sé cómo describirlo. Volteaba una y otra vez hacia Belcebú, sin creer que ahí estaba.
   -Y lo mejor es que, incluso ahora que está en etapa embrionaria, he logrado domesticarlo- continué.
   -¿Domesticar un embrión?- me preguntó la muchacha.
   -Puedes acariciarlo si quieres- le dije. -Sólo esterilízate antes. No puedo arriesgarme a que se contamine antes de que nazca.-
   -Usted... ¿quiere que lo toque?-
   -He observado que Belcebú tiene afinidad por el sexo femenino. Debe ser alguna influencia feromonal, aún no lo sé con precisión. ¿Ves ese electroencefalograma? Registra sus ondas cerebrales y cuando está en contacto con una mujer, su mente se relaja. Quién sabe, quizás es un anhelo por tener una madre, ya que sólo me tiene a mí. De todos modos, verás cómo reacciona con tu tacto. Sólo sé gentil, ¿está bien?-
   Nadia obedeció. Era todo demasiado fácil, incluso estaba pasando demasiado rápido. La observé esterilizarse debida y cuidadosamente en la cámara de esterilización. Volteó a ver a Belcebú una vez más, y luego me vio a mí. Asintió con su bella cabeza, sonriendo de oreja a oreja, dándome a entender que estaba lista. No logré devolverle la sonrisa, y abrí la cámara por completo.
   Me congelé mientras observaba la escena. Nadia entró lentamente, un pie primero y luego el otro, hasta quedar a centímetros de Belcebú. Estiró una mano dudosamente. La crisálida palpitaba rápidamente, como si le hubiera inyectado adrenalina. Me senté en la única silla del laboratorio y hundí mis uñas en mis rodillas para soportar la presión. Mi rostro estaba bañado en sudor. Mantuve la respiración, como si el aire ya no existiera... y esperé.
   Nadia tocó a Belcebú.
   Al instante, Belcebú reaccionó.
   Los cuatro tentáculos salieron tan rápidamente que ni siquiera le dieron tiempo a Nadia de retroceder, pero sí de gritar. Lanzó un grito desgarrador, lleno de terror. Un tentáculo le envolvió las dos piernas, apretándolas una contra la otra con tanta fuerza que se hundió en su tierna carne. Otro le envolvió un brazo y lo inmovilizó contra la pared de la crisálida. Otro le envolvió varias veces la cintura, y el último el cuello. Parecía que Belcebú buscaba la respiración de Nadia, y al notar cómo su pecho se contraía espasmódicamente una y otra vez, empezó a estrangularla lentamente.
   -Doc-doctor... a-ayúdeme- alcanzó a decir entre respiraciones penosas. Las lágrimas provocaron que el rímel que llevaba le recorriera el rostro, surcando sus pálidas mejillas. En vano intentaba zafarse de Belcebú con su mano libre. Perdió rápidamente sus fuerzas, hasta que lo único que se movía en ella era su pecho, que cada vez respiraba con más lentitud.
   -Doctor... por qué...-
   Logró voltearse y me miró con horror. No pude responder. Tenía ganas de vomitar. Porque sabía lo que seguiría a continuación.
   Los cuatro aguijones emergieron de la carne palpitante de Belcebú, y se introdujeron en Nadia, quien lanzó un último grito ahogado. Su bella silueta se fue distorsionando rápidamente frente a mis ojos, de la misma forma que un globo pierde su forma al desinflarse. Sus ojos se perdieron dentro de sus cuencas, absorbidos por aquellas estructuras monstruosas. La lengua se le enrolló hacia atrás, e igualmente desapareció. Las mejillas fueron succionadas hacia dentro, dándole un aspecto demacrado y débil. Sus brazos y piernas adelgazaron hasta quedar en huesos, y luego los mismos huesos desaparecieron con unos horribles crujidos, parecidos a los de los tablones de madera al ser introducidos a una trituradora. Finalmente, sólo una capa de piel tersa y arrugada, además de sus ropas, quedó de ella. Los tentáculos retornaron lentamente a la crisálida, como si degustaran de los últimos vestigios de la muchacha.
   Permanecí ahí, completamente inmóvil, por lo que parecieron horas. Temblaba de pies a cabeza. Mis ojos parecía que fueran a salirse de sus cuencas. Mis rodillas sangraban debido a las heridas que yo mismo me había hecho con las uñas. Pero nada de eso se comparaba con lo que sentía en mi interior.
   Aún no dejo de temblar. Aún no puedo creer lo que he hecho. Ya no me siento humano. Creo que me parezco cada día más a Belcebú. No, tampoco debo exagerar. Necesito tranquilizarme. Belcebú es mi creación, no nací yo de él. Lo único que hice fue alimentarlo. ¿Será posible que tiemblo no del miedo... sino de emoción?
   Sí, creo que empiezo a recobrar la emoción de mi proyecto. Belcebú mide 189 cm de largo y es enorme. Cuando terminó de consumir a Nadia, su crisálida se tornó más carmesí y brillante que nunca. Puedo escuchar los sonidos de su cuerpo moverse agitadamente en su medio líquido.
   Belcebú está a punto de nacer. Y yo permaneceré aquí, listo para cuando el momento de su eclosión llegue. Tum, tum... tum, tum... tum, tum...

lunes, 25 de octubre de 2010

Año 2021. Registros del 20 al 24 de Octubre.

20 de Octubre
00:41 hrs.
He logrado lo que nadie más se ha atrevido a imaginar. Ha sido una tarea ardua y sumamente minuciosa, y con diferencia el proyecto más complejo al que me he enfrentado. Me refiero a tener el control absoluto de la biología humana, pero por supuesto experimentando con modelos animales.
   Siempre he sido admirador de los animales. Me han fascinado desde niño. Cada especie posee características especiales que le permiten sobrevivir en su medio ambiente... excepto la especie humana. Somos la especie más debil y susceptible de la naturaleza, y aún así creemos ser superiores a todos los demás. Peor aún, destruimos a los seres que comparten con nosotros el planeta. El gigantesco Complejo Zigma produce por sí mismo kilotones de materia inorgánica, gases y desechos tóxicos que han provocado una severa contaminación a nivel mundial.
   Y yo he sido parte de esta destrucción. Sería muy lamentable seguir progresando con nuestra tecnología y quedarnos solos en este mundo. Sería mucho más lamentable que esas especies desaparecieran... sin siquiera dejarnos su esencia. Ése es el primer paso de mi proyecto: he extraído los quarks Neo de 116,000 especies animales durante los últimos seis años. Y precisamente hace dos días terminé una minuciosa y exhaustiva selección, la selección de las doce criaturas con las características más asombrosas de todas y que a su vez fueran compatibles con las demás.
   He creado un relativamente enorme quark Neo, perfectamente estabilizado, y lo he criado en una cámara de criogestación, suspendido a un metro ochenta del suelo rodeado de aros de cristal y conectado a una docena de aparatos que me permiten determinar su progreso. Este quark ha evolucionado sumamente rápido por sí solo, como si sólo hubiera esperado el momento en que alguien como yo uniera sus piezas con delicadeza.
   Hace dos horas, bajé a mi laboratorio y me encontré con un minúsculo tejido, más pequeño que una neurona, palpitando, vibrante de vida. Mi creación ya tiene un corazón, sin siquiera haberle ofrecido un sustrato del cual alimentarse. Se nutre únicamente de la información que contienen sus piezas. Le he llamado a este magnífico ser BELCEBÚ.

21 de Octubre
02:14 hrs
   Belcebú crece increíblemente rápido. Ya mide 0.4 cm y su corazón palpita cada vez con más fuerza. Lo he observado con el microscopio y puedo ver que también le han surgido venas y células que no se encuentran en ninguna otra criatura de la naturaleza. Además hoy presentó una característica aún más fascinante: tiene actividad cerebral. Ni siquiera sé de dónde surge, pero no me he puesto a explorarlo por temor a lesionarlo. No puedo arriesgarme a nada.
   Parece que Belcebú sueña. No hay nada dentro de su cámara de criogestación además de los doce cables de fibra de vidrio que están conectados a él. No sé en qué pueda estar soñando, pero su actividad cerebral es muy parecida a la humana. Parece que con cada minuto que pasa, sus células proliferan 10,000 veces más rápido que el cáncer. Con la diferencia de que estas células tienen todas una organización y función magníficas. Casi no puedo dormir pensando en lo que observaré después. La emoción es demasiada. De sólo ver a Belcebú mi corazón se acelera y mis manos sudan. Nunca me había sentido tan lleno de vida desde que a mis diez años terminé el libro de la Isla del Tesoro. Creo que ese fue mi único libro leído en toda la vida no relativo a la ciencia.
   Volveré mañana, Belcebú. Dulces sueños.


22 de Octubre
01:00 hrs
   Belcebú tiene una forma muy parecida al corazón humano con unos filamentos de tejido parecidos a tentáculos. Mide 4 cm de largo, y cada filamento debe extenderse 2 cm más. Ya he podido ver, por encima de su palpitante y rojo corazón, su cerebro y las prolongaciones de su médula espinal. También se mueve. Con sus tentáculos rodea los cables uno por uno, como si tratara de saber qué son. Sé que no podrá quitárselos, pero me intriga saber de dónde surge tanta curiosidad, o simplemente la capacidad para responder así a su entorno y los elementos que lo conforman cuando ni siquiera ha concluido su período embrionario. He tomado una muestra de su "piel", pero no he encontrado células. Sólo veo una estrucutura parecida a una pared gruesa, firme y plana, con muchos surcos llenos de venas y arterias. Mi trabajo me mantiene distraído con otros encargos de Maximilon Rhesus, pero no permito que me quite tiempo para monitorizar de cerca a mi creación. La emoción es demasiado grande. No he dormido bien en los últimos nueve días, y la verdad no me importa.


23 de Octubre
00:14 hrs.
   Hoy ha sucedido algo terrible. Todo debido a mi estupidez. Ayer me quedé dormido en mi laboratorio secreto observando a Belcebú, pero olvidé cerrar la puerta. En la mañana, una hora más temprano de lo usual, llegó Gertrudis. Es la anciana benevolente y paciente que hace el aseo de mi oficina todas las mañanas. Pero ni siquiera una octagenaria casi desapercibida por la SBYOPE pudo evitar la curiosidad. Al ver una entrada secreta que jamás había visto, se atrevió a incurrir en mi laboratorio sin siquiera esterilizarse antes.
   Me levanté de golpe demasiado tarde. Gertrudis yacía de pie casi rozándome el brazo con su mandil. Estaba viendo a Belcebú con una mirada que denotaba una mezcla de horror y fascinación a la vez. Belcebú ya mide 12.5 cm de largo, por lo que es claramente visible a distancia de su cámara de criogestación.
   Fingí serenidad mientras el sudor recorría mi espalda y cuello. Mi corazón se aceleró y acentuó tanto su pulso que podía sentir palpitar mi cuello. Gertrudis no podría entender, seguro que no podría... ni siquiera tenía idea de para quien trabajaba. Sólo hacía el aseo del 66o. nivel, el mío. Sólo conocía mi oficina. Y ahora sólo conocía mi laboratorio. De seguro nunca antes había entrado a un laboratorio, mucho menos que conociera una criatura de experimentación como Belcebú.
   -Esto no está bien- dijo ella. -No pueden experimentar con estas cosas.-
   ¡Maldición! La anciana no era tan ingenua ni indiferente a todo. Seguramente escuchó esa información de algún científico inepto que hablaba en los pasillos lo que no debía de hablar.
   -Claro que sí, Gertrudis- le dije lo más tranquilamente posible. -Esta criatura es como los ratones de laboratorio. Sirve para inocularle muestras de...-
   -Pero esta cosa ni forma tiene- me interrumpió horrorizada. -No se parece a nada que viva o deambule en el mundo. ¿Usted la creó?-
   Durante un instante, deseé contestarle que sí. Que Belcebú era el fruto de mis descomunales esfuerzos de los últimos diez años. Pero afortunadamente alcancé a pensar más rápido de lo que mi lengua trabaja.
   -Claro que no, es sólo un experimento.-
   -Por supuesto- concluyó Gertrudis.
   -Está usted despedida- le dije, casi escupiéndoselo a la cara. Odié a la anciana en ese momento. Nunca le había tenido un afecto especial, pero sí supe lo que sentía en ese momento: odio. -¿Cómo se atreve a entrar aquí sin mi autorización? ¿Acado deseaba robarse algo?-
   -Llevo trabajando en este frío lugar durante 33 años, doctor- me dijo ella. -Y nunca me he robado nada. No tengo la necesidad. Bastante tengo con imaginarme lo que hacen aquí. Pero si quiere despedirme está bien. Sólo sepa que antes de irme, informaré al Magisterio de esta cosa. Seguro que querrán verla.-
   La anciana se dio la vuelta, y se dispuso a salir de mi laboratorio.
   Algo surgió dentro de mí. Algo que nunca había sentido antes. Me sentí tan desesperado en ese momento que actué sin siquiera coordinar mis movimientos. Mi mano se alargó y tomó algún objeto de cristal, no recuerdo cuál. Vi cómo la anciana se acercaba a las escaleras penosamente, con ese andar de una mujer de la tercera edad cansada por años de servicio en intendencia.
   Irrumpí hacia ella sin emitir ruido alguno, sin permitirle que volteara. Estrellé el objeto de cristal contra su cabeza con todas mis fuerzas. No sé cómo le di el golpe, pero el cristal se hizo añicos salvo por un fragmento enorme que se incrustó en su cráneo de la misma forma que un hacha se incrusta en un leño de madera demasiado grueso. La sangre salió a borbotones, salpicando el suelo blanco inmaculado de mi laboratorio, y tiñendo las ropas de Gertrudis de sangre.
   La anciana volteó a medias muy lentamente. Alzó un poco las manos, como intentando extraer el cristal de su cabeza, emitiendo unos gemidos ininteligibles. Después cayó cuan larga era de lado, mientras un chorro aún más abundante de sangre emergía de su interior, formando una laguna rojo oscuro en mi suelo.
   Me desplomé en la silla más cercana que encontré. No sé cuánto tiempo estuve así. Repito que todo esto ocurrió muy temprano ayer 22 de Octubre, como a las 6 a.m. Escuché la bocina instalada en mi oficina dar el toque de inicio de actividades, pero no lo obedecí como siempre lo he hecho. Permanecí ahí completamente inmóvil, hasta que algo a mi lado atrajo mi atención.
   Belcebú se movía vigorosamente. Se retorcía de lado a lado, suspendido a un metro ochenta del suelo por aros de acetato. Los tentáculos que tiene, ahora de unos 8 o más centímetros de largo, se retorcían en la misma dirección: hacia Gertrudis. Era como si me estuviera diciendo que la deseaba, y que la deseaba con desesperación.
   No podía creerlo. He visto muchas cosas en el transcurso de mi profesión, pero eso fue... fascinante. O tal vez horrorizante. O una mezcla de ambos. Como fuera el caso, yo estaba desesperado. No sabía qué hacer. El cuerpo inerte de Gertrudis yacía a unos metros de mí, y yo no tenía idea de qué hacer con él. Jamás en mi vida había privado de la vida a un ser humano, por lo que todo esto era una experiencia nueva para mí a la que yo no encontraba solución.
   Lentamente, empuje con facilidad el frágil y ligero cuerpo de Gertrudis hacia la cámara de criogestación. Abrí la compuerta e introduje el cuerpo. Ni siquiera recordé que la anciana no estaba siquiera esterilizada. Sellé la cámara, todavía invadido por la angustia, y observé.
   Los tentáculos de Belcebú permanecieron inmóviles un momento en el aire, como olfateándolo. Después descendieron lentamente, alargándose como si estuvieran hechos de goma elástica, hasta alcanzar el cuerpo de mi víctima. Como sanguijuelas, parecieron adherirse a la piel arrugada de Gertrudis y empezaron a succionar, cada vez con más vigor. Con cada succión, el cuerpo de Belcebú latía con más fuerza, como si su corazón estuviera recibiendo una dosis de drogas estimulante. No me atreví a seguir viendo. Aún impactado por la escena completa, me retiré de mi laboratorio, sellando la entrada secreta, dejando que Belcebú se ocupara de los últimos vestigios de Gertrudis.
  

24 de Octubre
01:24 hrs. 
   Hace una hora me he asomado a la cámara de criogestación temiendo lo peor. No dejé de pensar en mi crimen durante toda la jornada. Durante una reunión con el mismo presidente Maximilion Rhesus, casi exploto del coraje por no haber sido más prudente con respecto a las medidas de higiene y esterilización. ¿Y si Belcebú moría? ¿Si todo mi trabajo de diez años incansables se viera miezmado a un descuido debido al terror que me causó un homicidio? Y peor aún: ¿qué tal si la ausencia de Gertrudis ya era evidente?
   Pero nada de lo que temí, al menos hasta ahora, se ha hecho realidad. Noté con una mezcla de terror y fascinación que el cuerpo de la anciana prácticamente había sido consumido. Aún puede notarse su silueta al fondo de la cámara, pero lo único que queda de ella (además de su ropa), es una fina capa de piel arrugada, como si hubiera sido succionada por dentro, desfinflándola como un globo humano.
   Por alguna razón no sentí remordimiento, ni siquiera lástima por aquella pobre mujer. Todo lo contrario: una profunda tranquilidad se apoderó de mi alma, como la de un niño que acaba de hacer una travesura sin ser descubierto. Cuando miré hacia Belcebú, no pude evitar esbozar una sonrisa. Mi creación palpita más fuerte que nunca, radiante de vida. En un solo día, creció de 12.5 a 37.8 cm de longitud, y quien sabe cuánto midan sus tentáculos, por ahora durmientes, probablemente debido a la saciedad que le brindó Gertrudis.
   También se ve más brillante. Ha adquirido un tono rojo carmesí hermoso, surcado por innumerables venas azuladas. No logro distinguir a simple vista una cabeza, o esbozos de alguna extremidad. Belcebú aún es una masa palpitante sin forma definida, aunque esa piel que tiene me resulta sospechosa. Es muy lisa y dura, tanto que no puedo penetrarla con ninguna aguja o herramienta que poseo en este laboratorio. Podría traer uno de los taladros de punta de diamante que usamos para cortar metales pesados en la SBYOPE, pero temo lesionarlo. Aunque Belcebú ha demostrado ser más fuerte de lo que yo pensaba, no pienso someterlo tan pronto a pruebas traumáticas.
   Además, aún falta la fase más importante de mi proyecto. ¿No la he mencionado aún? Pues bien, creo que es hora de admitir mis verdaderas intenciones. He creado al híbrido perfecto, a un ser con toda la esencia de doce especies, un tipo de información que va más allá de la genética. He creado una criatura a la cual destinaré en convertirse en el depredador perfecto, dependiente únicamente de su propia esencia, y a base de destruir a las que le rodean.
   Pero no me limitaré a observar cómo evoluciona Belcebú. La única razón por la cual le he permitido desarrollarse, es para esperar a que sus quarks Neo se estabilicen, a que sean extraíbles para luego inocularlos en otro ser. Y como ya he visto que el resultado es perfecto, no necesito hacer pruebas en otros seres vivos.
   Inocularé los quarks Neo de Belcebú en mí.
   Y me convertiré así en el ser humano perfecto.

sábado, 23 de octubre de 2010

Año 2021. 19 de Octubre.

Complejo de Laboratorios Zigma


Supremio Magisterio de Biotecnología
Sector de Biotecnología y Operaciones Especiales (SBYOPE)


01:47 a.m.
Heme aquí, en el tercer año consecutivo en el puesto que después de incansables esfuerzos y arduas pruebas logré obtener. Escribo estas líneas a la luz de la luna llena que se infiltra por la ventana panorámica de cristal zafiro de mi oficina, la cual parece más un museo que una oficina. Poseo una amplia variedad de aparatos e instrumental de la más alta tecnología, y los empleo en lugar de los adornos que otros suelen usar para su ambientación. Me hace sentir mucho más cómodo.
   Me siento pleno y realizado aquí. Este es mi mundo. La tecnología más avanzada de la Tierra yace instalada de una forma sumamente compleja y cuidadosa en los sesenta y cinco niveles de estructura metálica bajo mis pies. Dieciseismil hombre y mujeres brillantes trabajan agotadoramente día tras día en estas instalaciones, logrando avances en la ciencia que hasta cinco años atrás eran inimaginables. Estoy hablando, por supuesto, de la torre (o más bien, el rascacielos) que conforma el Sector de Biotecnología y Operaciones Especiales (SBYOPE) de los Laboratorios Zigma.
   Me llamo Ícaro Icetalon. Soy un hombre inteligente. En realidad bastante inteligente, lo suficiente para haber sido ascendido a Director del SBYOPE. La única autoridad por encima de mí en todo el Complejo Zigma es el equivalente a su cerebro: el Supremo Magisterio de Biotecnología, dirigido actualmente por el Dr. Maximilion Rhesus desde hace años. Él sabe, como casi todos aquí, que yo podría ejercer su cargo de forma mucho más eficaz y eficiente que él. El Cuartel General del Complejo Zigma me ha propuesto en varias ocasiones ser yo el mandatorio de todo este mundo. 
   ¿Por qué no he aceptado el cargo? Muy simple, tan sólo pon atención el nombre del organismo: Supremo Magisterio de Biotecnología. Es una unidad científica pero también administrativa, que controla absolutamente todo Zigma: logística, materiales, alimentos, servicios, empleos, sueldos, afiliaciones, etc. Emite todas las órdenes a todos sus diferentes componentes, el más importante de los cuales es, por supuesto, la SBYOPE.
   No. Nunca seré el Supremo Magistrado. Prefiero que el pobre Maximilion, quien cree ser el más erudito de todos nosotros, se hunda en su ingenuidad y pierda el tiempo en esas tareas que a mí no me competen para nada. El puede seguir observando todo desde su torre (la cual tiene noventa y nueve niveles), y puede dirigirlo todo, dirigirme incluso a mí y a mi Sector... pero nunca podrá realizar nada equivalente a la gran hazaña que he desarrollado cuidadosamente durante diez años y que hoy empieza a rendir fruto al fin.
   Zigma ha desarrollado muchas cosas trascendentales para la humanidad: la fecundación in vitro, la perfecta clonación humana, el trasplante de neuronas exitoso e incluso el desarrollo de células antineoplásicas que han erradicado un 66% de los cánceres hasta la fecha conocidos.
   Sobra decir que he participado en los proyectos recientes más complicados y que han rendido los mayores éxitos a Zigma. Mi último logro individual, el cual me concedió el Premio Nobel de la Ciencia 2018 y prácticamente también mi puesto actual, fue el descubrimiento del anticuerpo DOG, el cual desarrollé para erradicar la artritis reumatoide y el lupus eritematoso sistémico de la humanidad.
   Pero a nadie le he manifestado mi otro descubrimiento. Pues al mismo tiempo que descubrí el anticuerpo DOG logré aislar un componente activo, una molécula, una partícula tan insignificante que nadie hasta ahora la había visto siquiera. Esta partícula es minúscula incluso al lado de un átomo de hidrógeno, el más simple de la naturaleza. ¡Es más pequeña que el protón del átomo de hidrógeno!
   Hablo del quark. Anteriormente se había descrito un concepto de quark, pero yo ya no estoy hablando de un mero concepto, sino de la partícula misma. La he investigado en la oscuridad de mi laboratorio personal durante los últimos diez años, durante los cuales la he expuesto a todos los agentes físicos y químicos que influyen en nuestro organismo. Conozco todas sus virtudes y debilidades. Y he descubierto algo fascinante: este quark posee en su propia y minúscula esencia toda la información que distingue a cada especie viviente de las demás, pero en una forma que no es manifestable. No hablo del fenotipo ni el genotipo, sino de las habiliades únicas y especiales de estos seres vivos.
   Explicaré más de esto mañana. Por hoy, me voy a dormir.
  

1a PARTE- METAMORFOSIS

El mundo ha cambiado de como lo conocíamos. Todo se ha vuelto una lucha por la supervivencia individual. Pocos han logrado establecer pequeñas sociedades y trabajar en conjunto, pero la naturaleza humana, volátil y traicionera, les obliga también a luchar entre ellos. Lo único que queda en este momento son estas deficientes comunidades, con intentos de sistemas de gobierno y economía. Los líderes son derrocados salvajemente uno tras otro, dejando a sus seguidores sin control y volviendo a sumir a la sociedad en el caos.
   Los servicios públicos ya son sólo una idea, un recuerdo como todo lo referente a la organización social. Las aguas son extraídas del subsuelo, contaminadas de azufre y metales pesados, y la luz del día se ve atenuada por densas nubes creadas por la mezcla de innnumerables gases nocivos. Es apenas creíble que aún exista vida en este planeta.
   Los niños escasean. Es difícil para mí no percatarme de ello. Los pocos que han sobrevivido son apenas distinguibles de los cadáveres raquíticos que yacen en las fosas, bajo los escombros o bien sepultados en lo que otrora fueran sus guaridas y escondites. Son tan delgados y débiles que dan la impresión de que el insecto más insignificante puede ser capaz de infringirles daño.
   El mismo aire transporta un aura oscura, absorbente, casi agobiante. Es algo que va más allá de todas las cosas que acabo de describir. Algo impalpable e inobservable, pero que igualmente existe. Sé que está en el suelo y en el aire, rodeándome en todo momento, encimándose sobre mis hombros magullados. Esto... esto debe ser lo más cercano a la muerte que pueda existir en vida.
   ¿Y yo? No sé cómo describirme en este momento. Solía ser un hombre con todas sus ideas y metas fijas. Todo lo que mis camaradas, subalternos y superiores me preguntaban recibía de mí una respuesta acertada, concisa y precisa. Muchos me consideraron un genio en el campo de la Biotecnología. Fui, en múltiples ocasiones, convocado a conferencias y audiencias. Gané el Premio Nobel de Inmunología hace 7 años. Y ahora... ahora ni siquiera puedo definir quién... o qué... es lo que soy.
   Mi identidad se ha perdido. Los lemniscos mediales de mi sistema nervioso central me permiten percibir mi cuerpo y su situación en el espacio, pero yo siento como si este cuerpo no fuera el mío. He hablado tan poco desde aquel trágico suceso, que cada vez que lo hago sólo percibo un rumor gutural que cada vez me es menos familiar.
   Estuve tan cerca. ¡Maldición! De sólo recordarlo la ira hierve en mis venas y parece surcar cada tejido y célula de mi organismo. Tan cerca de mi mayor ambición en la vida, una meta que nunca nadie había siquiera imaginado antes: el control absoluto e incondicionado de toda la biología y genética humanas, anticipándome a todas las leyes de la naturaleza, retando a todo padecimiento hasta la fecha conocido, a toda bacteria y todo virus. Inclusive a la muerte.
   Y, como tantas veces ya, mi mente vuelve a aquellos días en los que la gloria era prometedora. Pero en particular me remonto a los días previos a la tragedia. Aún me pregunto a mí mismo: ¿Qué tanta responsabilidad tuve realmente? ¿Fui acaso el creador de la destrucción de este mundo? No, no creo que fuera sólo yo. Pero mejor júzgalo tú. He aquí la bitácora que registré durante los últimos días de mi vida anterior. Antes de la tragedia. Antes del día del Apocalipsis. Antes de Pandora.