Datos personales

Mi foto
Otrora el presidente de la SBYOPE, mi identidad actual es efímera y difícil de definir, inclusive para mí. He sido cegado por mi sed de sabiduría, y ahora pago por el soberbio deseo de tener el control absoluto del cuerpo humano.

lunes, 25 de octubre de 2010

Año 2021. Registros del 20 al 24 de Octubre.

20 de Octubre
00:41 hrs.
He logrado lo que nadie más se ha atrevido a imaginar. Ha sido una tarea ardua y sumamente minuciosa, y con diferencia el proyecto más complejo al que me he enfrentado. Me refiero a tener el control absoluto de la biología humana, pero por supuesto experimentando con modelos animales.
   Siempre he sido admirador de los animales. Me han fascinado desde niño. Cada especie posee características especiales que le permiten sobrevivir en su medio ambiente... excepto la especie humana. Somos la especie más debil y susceptible de la naturaleza, y aún así creemos ser superiores a todos los demás. Peor aún, destruimos a los seres que comparten con nosotros el planeta. El gigantesco Complejo Zigma produce por sí mismo kilotones de materia inorgánica, gases y desechos tóxicos que han provocado una severa contaminación a nivel mundial.
   Y yo he sido parte de esta destrucción. Sería muy lamentable seguir progresando con nuestra tecnología y quedarnos solos en este mundo. Sería mucho más lamentable que esas especies desaparecieran... sin siquiera dejarnos su esencia. Ése es el primer paso de mi proyecto: he extraído los quarks Neo de 116,000 especies animales durante los últimos seis años. Y precisamente hace dos días terminé una minuciosa y exhaustiva selección, la selección de las doce criaturas con las características más asombrosas de todas y que a su vez fueran compatibles con las demás.
   He creado un relativamente enorme quark Neo, perfectamente estabilizado, y lo he criado en una cámara de criogestación, suspendido a un metro ochenta del suelo rodeado de aros de cristal y conectado a una docena de aparatos que me permiten determinar su progreso. Este quark ha evolucionado sumamente rápido por sí solo, como si sólo hubiera esperado el momento en que alguien como yo uniera sus piezas con delicadeza.
   Hace dos horas, bajé a mi laboratorio y me encontré con un minúsculo tejido, más pequeño que una neurona, palpitando, vibrante de vida. Mi creación ya tiene un corazón, sin siquiera haberle ofrecido un sustrato del cual alimentarse. Se nutre únicamente de la información que contienen sus piezas. Le he llamado a este magnífico ser BELCEBÚ.

21 de Octubre
02:14 hrs
   Belcebú crece increíblemente rápido. Ya mide 0.4 cm y su corazón palpita cada vez con más fuerza. Lo he observado con el microscopio y puedo ver que también le han surgido venas y células que no se encuentran en ninguna otra criatura de la naturaleza. Además hoy presentó una característica aún más fascinante: tiene actividad cerebral. Ni siquiera sé de dónde surge, pero no me he puesto a explorarlo por temor a lesionarlo. No puedo arriesgarme a nada.
   Parece que Belcebú sueña. No hay nada dentro de su cámara de criogestación además de los doce cables de fibra de vidrio que están conectados a él. No sé en qué pueda estar soñando, pero su actividad cerebral es muy parecida a la humana. Parece que con cada minuto que pasa, sus células proliferan 10,000 veces más rápido que el cáncer. Con la diferencia de que estas células tienen todas una organización y función magníficas. Casi no puedo dormir pensando en lo que observaré después. La emoción es demasiada. De sólo ver a Belcebú mi corazón se acelera y mis manos sudan. Nunca me había sentido tan lleno de vida desde que a mis diez años terminé el libro de la Isla del Tesoro. Creo que ese fue mi único libro leído en toda la vida no relativo a la ciencia.
   Volveré mañana, Belcebú. Dulces sueños.


22 de Octubre
01:00 hrs
   Belcebú tiene una forma muy parecida al corazón humano con unos filamentos de tejido parecidos a tentáculos. Mide 4 cm de largo, y cada filamento debe extenderse 2 cm más. Ya he podido ver, por encima de su palpitante y rojo corazón, su cerebro y las prolongaciones de su médula espinal. También se mueve. Con sus tentáculos rodea los cables uno por uno, como si tratara de saber qué son. Sé que no podrá quitárselos, pero me intriga saber de dónde surge tanta curiosidad, o simplemente la capacidad para responder así a su entorno y los elementos que lo conforman cuando ni siquiera ha concluido su período embrionario. He tomado una muestra de su "piel", pero no he encontrado células. Sólo veo una estrucutura parecida a una pared gruesa, firme y plana, con muchos surcos llenos de venas y arterias. Mi trabajo me mantiene distraído con otros encargos de Maximilon Rhesus, pero no permito que me quite tiempo para monitorizar de cerca a mi creación. La emoción es demasiado grande. No he dormido bien en los últimos nueve días, y la verdad no me importa.


23 de Octubre
00:14 hrs.
   Hoy ha sucedido algo terrible. Todo debido a mi estupidez. Ayer me quedé dormido en mi laboratorio secreto observando a Belcebú, pero olvidé cerrar la puerta. En la mañana, una hora más temprano de lo usual, llegó Gertrudis. Es la anciana benevolente y paciente que hace el aseo de mi oficina todas las mañanas. Pero ni siquiera una octagenaria casi desapercibida por la SBYOPE pudo evitar la curiosidad. Al ver una entrada secreta que jamás había visto, se atrevió a incurrir en mi laboratorio sin siquiera esterilizarse antes.
   Me levanté de golpe demasiado tarde. Gertrudis yacía de pie casi rozándome el brazo con su mandil. Estaba viendo a Belcebú con una mirada que denotaba una mezcla de horror y fascinación a la vez. Belcebú ya mide 12.5 cm de largo, por lo que es claramente visible a distancia de su cámara de criogestación.
   Fingí serenidad mientras el sudor recorría mi espalda y cuello. Mi corazón se aceleró y acentuó tanto su pulso que podía sentir palpitar mi cuello. Gertrudis no podría entender, seguro que no podría... ni siquiera tenía idea de para quien trabajaba. Sólo hacía el aseo del 66o. nivel, el mío. Sólo conocía mi oficina. Y ahora sólo conocía mi laboratorio. De seguro nunca antes había entrado a un laboratorio, mucho menos que conociera una criatura de experimentación como Belcebú.
   -Esto no está bien- dijo ella. -No pueden experimentar con estas cosas.-
   ¡Maldición! La anciana no era tan ingenua ni indiferente a todo. Seguramente escuchó esa información de algún científico inepto que hablaba en los pasillos lo que no debía de hablar.
   -Claro que sí, Gertrudis- le dije lo más tranquilamente posible. -Esta criatura es como los ratones de laboratorio. Sirve para inocularle muestras de...-
   -Pero esta cosa ni forma tiene- me interrumpió horrorizada. -No se parece a nada que viva o deambule en el mundo. ¿Usted la creó?-
   Durante un instante, deseé contestarle que sí. Que Belcebú era el fruto de mis descomunales esfuerzos de los últimos diez años. Pero afortunadamente alcancé a pensar más rápido de lo que mi lengua trabaja.
   -Claro que no, es sólo un experimento.-
   -Por supuesto- concluyó Gertrudis.
   -Está usted despedida- le dije, casi escupiéndoselo a la cara. Odié a la anciana en ese momento. Nunca le había tenido un afecto especial, pero sí supe lo que sentía en ese momento: odio. -¿Cómo se atreve a entrar aquí sin mi autorización? ¿Acado deseaba robarse algo?-
   -Llevo trabajando en este frío lugar durante 33 años, doctor- me dijo ella. -Y nunca me he robado nada. No tengo la necesidad. Bastante tengo con imaginarme lo que hacen aquí. Pero si quiere despedirme está bien. Sólo sepa que antes de irme, informaré al Magisterio de esta cosa. Seguro que querrán verla.-
   La anciana se dio la vuelta, y se dispuso a salir de mi laboratorio.
   Algo surgió dentro de mí. Algo que nunca había sentido antes. Me sentí tan desesperado en ese momento que actué sin siquiera coordinar mis movimientos. Mi mano se alargó y tomó algún objeto de cristal, no recuerdo cuál. Vi cómo la anciana se acercaba a las escaleras penosamente, con ese andar de una mujer de la tercera edad cansada por años de servicio en intendencia.
   Irrumpí hacia ella sin emitir ruido alguno, sin permitirle que volteara. Estrellé el objeto de cristal contra su cabeza con todas mis fuerzas. No sé cómo le di el golpe, pero el cristal se hizo añicos salvo por un fragmento enorme que se incrustó en su cráneo de la misma forma que un hacha se incrusta en un leño de madera demasiado grueso. La sangre salió a borbotones, salpicando el suelo blanco inmaculado de mi laboratorio, y tiñendo las ropas de Gertrudis de sangre.
   La anciana volteó a medias muy lentamente. Alzó un poco las manos, como intentando extraer el cristal de su cabeza, emitiendo unos gemidos ininteligibles. Después cayó cuan larga era de lado, mientras un chorro aún más abundante de sangre emergía de su interior, formando una laguna rojo oscuro en mi suelo.
   Me desplomé en la silla más cercana que encontré. No sé cuánto tiempo estuve así. Repito que todo esto ocurrió muy temprano ayer 22 de Octubre, como a las 6 a.m. Escuché la bocina instalada en mi oficina dar el toque de inicio de actividades, pero no lo obedecí como siempre lo he hecho. Permanecí ahí completamente inmóvil, hasta que algo a mi lado atrajo mi atención.
   Belcebú se movía vigorosamente. Se retorcía de lado a lado, suspendido a un metro ochenta del suelo por aros de acetato. Los tentáculos que tiene, ahora de unos 8 o más centímetros de largo, se retorcían en la misma dirección: hacia Gertrudis. Era como si me estuviera diciendo que la deseaba, y que la deseaba con desesperación.
   No podía creerlo. He visto muchas cosas en el transcurso de mi profesión, pero eso fue... fascinante. O tal vez horrorizante. O una mezcla de ambos. Como fuera el caso, yo estaba desesperado. No sabía qué hacer. El cuerpo inerte de Gertrudis yacía a unos metros de mí, y yo no tenía idea de qué hacer con él. Jamás en mi vida había privado de la vida a un ser humano, por lo que todo esto era una experiencia nueva para mí a la que yo no encontraba solución.
   Lentamente, empuje con facilidad el frágil y ligero cuerpo de Gertrudis hacia la cámara de criogestación. Abrí la compuerta e introduje el cuerpo. Ni siquiera recordé que la anciana no estaba siquiera esterilizada. Sellé la cámara, todavía invadido por la angustia, y observé.
   Los tentáculos de Belcebú permanecieron inmóviles un momento en el aire, como olfateándolo. Después descendieron lentamente, alargándose como si estuvieran hechos de goma elástica, hasta alcanzar el cuerpo de mi víctima. Como sanguijuelas, parecieron adherirse a la piel arrugada de Gertrudis y empezaron a succionar, cada vez con más vigor. Con cada succión, el cuerpo de Belcebú latía con más fuerza, como si su corazón estuviera recibiendo una dosis de drogas estimulante. No me atreví a seguir viendo. Aún impactado por la escena completa, me retiré de mi laboratorio, sellando la entrada secreta, dejando que Belcebú se ocupara de los últimos vestigios de Gertrudis.
  

24 de Octubre
01:24 hrs. 
   Hace una hora me he asomado a la cámara de criogestación temiendo lo peor. No dejé de pensar en mi crimen durante toda la jornada. Durante una reunión con el mismo presidente Maximilion Rhesus, casi exploto del coraje por no haber sido más prudente con respecto a las medidas de higiene y esterilización. ¿Y si Belcebú moría? ¿Si todo mi trabajo de diez años incansables se viera miezmado a un descuido debido al terror que me causó un homicidio? Y peor aún: ¿qué tal si la ausencia de Gertrudis ya era evidente?
   Pero nada de lo que temí, al menos hasta ahora, se ha hecho realidad. Noté con una mezcla de terror y fascinación que el cuerpo de la anciana prácticamente había sido consumido. Aún puede notarse su silueta al fondo de la cámara, pero lo único que queda de ella (además de su ropa), es una fina capa de piel arrugada, como si hubiera sido succionada por dentro, desfinflándola como un globo humano.
   Por alguna razón no sentí remordimiento, ni siquiera lástima por aquella pobre mujer. Todo lo contrario: una profunda tranquilidad se apoderó de mi alma, como la de un niño que acaba de hacer una travesura sin ser descubierto. Cuando miré hacia Belcebú, no pude evitar esbozar una sonrisa. Mi creación palpita más fuerte que nunca, radiante de vida. En un solo día, creció de 12.5 a 37.8 cm de longitud, y quien sabe cuánto midan sus tentáculos, por ahora durmientes, probablemente debido a la saciedad que le brindó Gertrudis.
   También se ve más brillante. Ha adquirido un tono rojo carmesí hermoso, surcado por innumerables venas azuladas. No logro distinguir a simple vista una cabeza, o esbozos de alguna extremidad. Belcebú aún es una masa palpitante sin forma definida, aunque esa piel que tiene me resulta sospechosa. Es muy lisa y dura, tanto que no puedo penetrarla con ninguna aguja o herramienta que poseo en este laboratorio. Podría traer uno de los taladros de punta de diamante que usamos para cortar metales pesados en la SBYOPE, pero temo lesionarlo. Aunque Belcebú ha demostrado ser más fuerte de lo que yo pensaba, no pienso someterlo tan pronto a pruebas traumáticas.
   Además, aún falta la fase más importante de mi proyecto. ¿No la he mencionado aún? Pues bien, creo que es hora de admitir mis verdaderas intenciones. He creado al híbrido perfecto, a un ser con toda la esencia de doce especies, un tipo de información que va más allá de la genética. He creado una criatura a la cual destinaré en convertirse en el depredador perfecto, dependiente únicamente de su propia esencia, y a base de destruir a las que le rodean.
   Pero no me limitaré a observar cómo evoluciona Belcebú. La única razón por la cual le he permitido desarrollarse, es para esperar a que sus quarks Neo se estabilicen, a que sean extraíbles para luego inocularlos en otro ser. Y como ya he visto que el resultado es perfecto, no necesito hacer pruebas en otros seres vivos.
   Inocularé los quarks Neo de Belcebú en mí.
   Y me convertiré así en el ser humano perfecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario